Llevamos ya décadas oyendo la consigna robótica de que «la diversidad es nuestra fuerza». No es cierto. No, no tiene nada que ver con el ‘prejuicio’. Es la naturaleza humana, que prefiere lo familiar a lo extraño y aspira a que ‘los suyos’ gobiernen su propia casa.
Una de los peajes inevitables que hay que pagar por ser periodista es que con aburrida frecuencia alguien que no tiene ni noción del negocio te trata de avergonzar (gremialmente) porque los medios dedican más atención al desastre A que al desastre B aunque el desastre B ha causado más bajas que el desastre A.
Se supone que los periodistas somos unos desalmados mercenarios por esto, aunque no sé si el crítico en cuestión no advierte que tratar de las matanzas ‘al peso’ no es en sí mismo el colmo de la empatía. Lo que no entiende es que la misión de los medios no están para valorar y medir tragedias y otorgar macabras medallas al colmo del horror, y que la mayor o menor importancia en espacio y ubicación que damos a una noticia está condicionada por el interés que tiene para el lector. Y que si le damos idéntica importancia a lo que sucede en Albacete que lo que pasa en Kuala Lumpur, ibamos a durar muy poco en el mercado.
Pero hay otra cosa, y es que los medios tienen un mensaje que vender, y ahí tengo que dar la razón a mi anónimo crítico, porque eso no tiene nada que ver con el interés del público, sino con vender una agenda política, pura y dura.
Por ejemplo, apuesto mis ingresos del último mes a que está usted, querido lector, al cabo de la calle de que un supremacista blanco en Nueva Zelanda ha entrado en un par de mezquitas y ha matado a tiros a casi cincuenta personas. Es probable que lo haya visto varias veces en la televisión, que lo haya leído en la prensa escrita, que incluso haya presenciado debates sobre el caso o leído análisis del mismo.
También estoy seguro de que la gran mayoría ha ignorado la matanza de más del doble de cristianos -120, en concreto- en Nigeria por parte de fundamentalistas islámicos. De hecho, me consta que los grandes medios han dado mucho menos espacio a la noticia. Y no, la razón no es el racismo, no es porque sean negros. Es porque son cristianos.
«Nigeria es un caso en punta. Es un país muy poblado, está previsto que encabece la lista de los más poblados del mundo, y en él los cristianos mueren como chinches a manos de los musulmanes.»
Las matanzas de cristianos, la persecución de cristianos, el acoso a los cristianos y la discriminación contra los cristianos son un quebradero de cabeza para el editor de un gran medio, porque estropea totalmente el relato que venden.
Los cristianos son los malos, los cristianos son los que persiguen, acosan y discriminan.
¿Cómo vamos a decir de golpe y porrazo que son desde hace mucho -desde que recuerdo, en realidad- el grupo religioso, incluso ideológico o indentitario, más perseguido y asesinado por serlo del mundo?
Nigeria es un caso en punta. Es un país muy poblado, está previsto que encabece la lista de los más poblados del mundo, y en él los cristianos mueren como chinches a manos de los musulmanes, sin que el gobierno, en manos de un musulmán, se lo tome demasiado en serio. Ni el resto del mundo, a decir verdad, que da la espalda a una realidad que, cambiando los protagonistas y poniéndolos en un país de nuestro entorno, sería portada durante varios días.
El Islam baja, avanza hacia abajo en África. La línea es el Sahel; arriba es todo Islam, y por debajo todavía predomina el cristianismo. Pero el número va en descenso, por masacres como esta, o como las protagonizadas por Boko Haram. Y, la verdad, no parece quitarle el sueño a ningún líder mundial ni va el caso a convertirse en bandera de ninguna de esas ONG de moda que salen en la tele casi como departamentos estatales subcontratados.
Pasa lo mismo en Mali y, en general, en toda esa línea. Solo matan de un lado; solo mueren del otro, así es la historia, y es la historia que nadie quiere contar, que a nadie de los que tienen verdadero poder les interesa contar.
Llevamos ya décadas oyendo la consigna robótica de que «la diversidad es nuestra fuerza». Es estupendo, porque una la oye por todos lados pero solo consigue respuestas vagas o erráticas o el silencio sorprendido cuando pregunta: ¿por qué?
No es cierto. Obligar a convivir en el mismo espacio y con las mismas instituciones a dos grupos con culturas y visiones del mundo completamente distintas es una receta segura para el conflicto. No, no tiene nada que ver con el ‘prejuicio’ o el desconocimiento del ‘otro’, al revés: los odios más arraigados se dan entre comunidades que se conocen perfectamente, y por eso saben que pueden vivir conforme a la visión de los unos o de los otros, no cabe «la de los dos». Lo saben los indios, lo saben los libaneses, lo saben en Israel/Palestina, lo saben los ex yugoslavos.
No tiene nada que ver con lo que deba ser, con campañas educativas, con viajar mucho, como dicen los cosmopaletos: es la naturaleza humana, que prefiere lo familiar a lo extraño y aspira a que ‘los suyos’ gobiernen su propia casa.
Pero es predicar en el desierto, porque nuestros mandarines son muy listos y tienen un plan, y creen que la naturaleza humana es plastilina en sus manos providenciales.
Artículo extraído desde www.actuall.com.
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El autor de este artículo desconoce la raíz del problema. Toda la narrativa «políticamente correcta», es decir, todo el marxismo cultural; liberalismo, socialismo, feminismo, LGTBI, ecolo-marx-ismo, derechohumanismo, Black Live Matter, antifascismo, ACNUR, OMS, ONU, etc; son la acción visible de la masonería en la sociedad. Es decir: el problema se llama masonería y el problema es la masonería y es internacional. Están en todos los países, son satanistas (tal cual suena, su odio es contra lo cristiano) y funcionan como un Estado dentro del Estado.
(Enlaces al tuit, a la noticia sobre Mozambique y al MUDRA o signo masón gestual).
Un saludo. Cuídense mucho.