«Veo con mucha claridad que todo lo del mundo
no es nada en comparación del dolor del alma
que no puede amar, porque allí no se respira
más que odio y deseo de la perdición de las almas»
Sor Josefa Menéndez.
En la vida de Sor Josefa Menéndez tuvo lugar un fenómeno muy raro en la vida de los Santos: conocer en carne propia los sufrimientos del Infierno. Dios permitió al diablo que la bajase hasta el infierno. Allí, pasa largas horas, algunas veces una noche entera, en una indescriptible agonía. A pesar de que fue llevada al Infierno más de un centenar de veces, a ella le parece que cada vez es la primera, y cada una le semeja tan larga como una eternidad. Soporta todas las torturas del Infierno, con una sola excepción: el odio a Dios. No fue el menor de estos tormentos oír las estériles confesiones de los condenados, sus gritos de odio, de dolor y de desesperación…
¿Por qué el Señor permitió que un alma tan santa como Sor Josefa Menéndez, fuese testigo de la realidad del Infierno?. La Virgen Nuestra Señora nos da la respuesta cuando se manifestó a la religiosa el 25 de Octubre de 1922: «Todo lo que Jesús te da a ver y a sufrir de los tormentos del Infierno es para que puedas hacerlos conocer al mundo. Por lo tanto, olvídate enteramente de ti misma, y piensa en la gloria de la salvación de las almas.»
En una de esas primeras visitas al Infierno, escribió Sor Josefa: «Una de estas almas condenadas gritó con desesperación: «Esta es mi tortura… que deseo amar, y no puedo hacerlo; no hay nada que salga de mi excepto odio y desesperación. Si uno de nosotros pudiese hacer tanto como un simple acto de amor… esto ya no sería el infierno, pero no podemos. Vivimos en el odio y la malevolencia.» (23 de marzo 1922)
En posteriores visitas al reino de Satanás, Sor Josefa comprobó cómo los condenados eran conscientes de su culpa; escuchó que uno decía: «El mayor de estos tormentos aquí es que no podemos amar a Dios. Mientras tenemos hambre de amor, estamos consumidos con el deseo de Él, pero ya es demasiado tarde.»
También registró la mística las acusaciones hechas contra si mismos por estas infelices almas: «Algunos gimen a causa del fuego que quema sus manos. Quizás ellos eran ladrones, porque dicen: «¿Donde está nuestro botín ahora?… Malditas manos… ¿Por qué deseé poseer lo que no era mío… y que en cualquier caso, sólo podría haber poseído por unos pocos días?»
Otros -escribe Sor Josefa- maldicen sus lenguas, sus ojos… cualquiera miembro que fuese la ocasión con la que pecaron… «¡Ahora, oh cuerpo, estás pagando el precio de los placeres con que te regalaste a ti mismo!… ¡¡¡Y todo ello lo hiciste por tu propia y libre voluntad…!!!.» (2 de Abril 1922)
«Me pareció que la mayoría -prosigue el relato- se acusaba a sí mismos de pecados de impureza, de robo, de comercio fraudulento; y la mayor parte de los condenados están en el infierno por estos pecados.» (6 de Abril de 1922).
Sor Josefa continuaba anotando como «Algunos acusan a otras personas, otros a las circunstancias, y todos maldicen las ocasiones de su condenación.» (Septiembre de 1922). Y en otra ocasión nos cuenta: «Vi a mucha gente del mundo terrenal caer dentro del Infierno, y ahora las palabras no pueden describir ni por asomo sus horribles y espantosos gritos: Condenado para siempre… Yo me engañaba a mi mismo… Estoy perdido… Estoy aquí para siempre jamás…»