Confesemos que somos mendigos y que todos los dones de Dios son pura limosna de Su Misericordia.
En las oscuridades del espíritu, en las miserias y peligros en que tenemos que vivir sólo hallamos un fundamento para nuestra esperanza, y es el levantar nuestros ojos a Dios y alcanzar de Su Misericordia por la oración nuestra salud eterna… Lo decía el rey Josafat: Puesto que ignoramos lo que debemos hacer, una sola cosa nos resta: volver los ojos a Ti.
Muy bien sabe el Señor que nos es muy útil la necesidad de la oración, pues por ella nos conservamos humildes y nos ejercitamos en la confianza. Y por eso permite el Señor que nos asalten enemigos que con nuestras solas fuerzas no podemos vencer, para que recemos y por ese medio obtengamos la gracia divina que necesitamos. Conviene sobre todo que estemos persuadidos que nadie podrá vencer las tentaciones impuras de la carne si no se encomienda al Señor en el momento de la tentación.
Que sea cosa buena y útil invocar a los Santos para que nos sirvan de intercesores y nos alcancen por los méritos de Jesucristo lo que por los nuestros no podemos obtener, es Doctrina que no podernos negar, pues así lo declaró la Santa Iglesia en el Concilio de Trento.
Nadie osará negar que es bueno y útil acudir a las Almas Santas que en el mundo viven para que vengan en nuestra ayuda con sus plegarias.
De la misma manera, siendo las Almas Benditas del Purgatorio tan amigas de Dios y estando, como están, confirmadas en gracia, parece que no hay razón ni impedimento que les estorbe rezar por nosotros… Puesto que están tan llenas de caridad, por seguro podemos tener que interceden por nosotros.
De Santa Catalina de Bolonia se lee que cuando deseaba alguna gracia recurría a las Ánimas Benditas, y al punto era escuchada: y afirmaba que no pocas gracias que por la intercesión de los Santos no había alcanzado, las había obtenido por medio de las Ánimas Benditas. Si, pues, deseamos nosotros la ayuda de sus oraciones, bueno será que procuremos nosotros socorrerlas con nuestras oraciones y buenas obras. Me atrevo a decir que no tan sólo es bueno, sino que es también muy justo, ya que es uno de los grandes deberes de todo cristiano.
Exige la caridad que socorramos a nuestros prójimos, cuando tienen necesidad de nuestra ayuda y nosotros por nuestra parte no tenemos grave impedimento en hacerlo. Pensemos que es cierto que aquellas Ánimas Benditas son prójimos nuestros, pues aunque murieron y ya no están en la presente vida, no por eso dejan de pertenecer, como nosotros, a la Comunión de los Santos.