Transcrito de forocatolico.wordpress.com
JUAN E. NIEREMBERG, S. J. (1595-1658)
APOSTOLADO DE LA PRENSA DE SU OBRA “APRECIO Y ESTIMA DE LA DIVINA GRACIA” *QUINTA PARTE* “SOBRE LA CONTRICIÓN VERDADERA”
Después de la confianza en Dios se sigue la contrición, porque de la misma bondad de nuestro Criador, que da alas al corazón humano para pedirle perdón de sus pecados, esperando en su infinita misericordia la remisión de ellos, convida al alma a que ame a tan buen Señor y Padre, que tan bueno es en sí, pues lo es para los que le han ofendido concediéndoles tan fácilmente perdón de sus ofensas, restituyéndoles a su amistad como si no hubiese pasado nada.
De este amor de Dios nace un gran dolor de haberle ofendido, proponiendo con firme resolución no dar disgusto a tal Señor y Padre. Esto es contrición, la cual contiene amor de Dios, odio del pecado y propósito de la enmienda de él, con la observancia de todos los mandamientos.
A esta disposición se sigue luego la gracia, de manera que en el mismo momento que tiene el pecador verdadera contrición de sus pecados, en el mismo punto le son perdonados y le infunden la gracia, transfiriéndole de esclavo del demonio a ser hijo de Dios. Y así David, en el mismo punto que con verdadera contrición dijo que había pecado, le respondió el profeta Natán que Dios le había perdonado su pecado.
Admirable cosa es la contrición.
¿Qué maravilla será cuando vean los ángeles que un alma, disforme como un demonio, se vuelve en un instante, por la contrición, más resplandeciente que el sol, más hermosa que los cielos, más preciosa que todo el oro del mundo; y lo que más es, de muerta se torna viva y resucitada a una vida soberana y divina. Esto hace la contrición en nuestra propia alma.
Si hubiera algún ingenio, o medicina con que uno se pudiera resucitar después de muerto, ¿en qué precio se tendría? No hay artificio para resucitar al cuerpo corruptible, pero hay modo de resucitar el alma inmortal, que es la contrición. ¿Cuánto más se debe apreciar? Cuanto va de la materia al espíritu, del tiempo a la eternidad, de la naturaleza a la gracia.
Es tan eficaz la contrición, que si uno tuviera todos los pecados de Arrio, Mahoma, Lutero, el Anticristo, y juntamente todos los pecados que hicieron Lucifer con sus secuaces, con sólo un acto de contrición verdadero se le perdonarían todos, y quedaría hermoso como un ángel.
Le infundiría la gracia con todas las virtudes infusas y dones del Espíritu Santo; fuera de esto, el mismo Espíritu Santo vendría a él y habitaría dentro de su alma, y el Padre Eterno lo aceptaría por hijo querido y le daría derecho al reino de los cielos. Cristo le admitiría por hermano y amigo de corazón, y todos los ángeles y santos se regocijarían de tenerle por compañero.
Tan grande cosa como esto es la contrición; por lo cual, la mejor y más provechosa devoción que podemos tener es acostumbrarnos a hacer muy a menudo actos de contrición con verdadero amor de Dios. Principalmente se deben hacer en particulares ocasiones. Lo primero por la mañana, para que, reconciliados con Dios, se asegure en todas las obras del día el mérito de gloria eterna.
Lo segundo, se ha de hacer acto de contrición por la noche, previniéndose el cristiano contra una muerte repentina que pueda suceder.
Lo tercero, si acaso comete un pecado mortal, lo cual no permita Dios por su misericordia, importa que haga luego acto de contrición para no permanecer un momento más enemigo de Dios, y para que no haga más pecados mortales.
Lo cuarto, antes de empezar a orar, porque no es cosa decente que se ponga a conversar familiarmente con Dios un enemigo suyo que no trata de ser su amigo; no son decentes las alabanzas divinas en la boca del pecador.
Lo quinto, se debe hacer acto de contrición en todo peligro de muerte para asegurar uno su salvación.
Lo sexto, importa que se haga en cualquier grave tentación, para fortificarse el alma contra ella.
Lo séptimo, en todo negocio arduo y grave que se emprenda, o de cualquier modo que se haya de implorar el socorro divino, porque con la contrición nos disponemos para que Dios nos asista y enderece, y oiga nuestras peticiones.
Lo octavo, cuando se llega uno a los Sacramentos, que es admirable disposición para recibirlos con más provecho ; y algunas veces es necesario en este caso tener acto de contrición, si no es que se confiese uno ; porque si no es el Bautismo, y el sacramento de la Penitencia, los demás se han de recibir en gracia ; y así, antes de confirmarse, o casarse, u ordenarse de orden sacro, debe uno que está en pecado confesarse primero, o tener acto de verdadera contrición.
Para el sacramento de la Penitencia es convenientísima la contrición , si bien bastará la atrición, que es un dolor de los pecados por temor a las penas del infierno u otro motivo santo ; pero no es razón que nos contentemos con este dolor menos noble, sino que reventemos de pena de haber ofendido a un Dios infinitamente bueno, por ser Él quien es.
Porque si hay buenos respetos en nosotros para con nuestro Criador y Redentor, aunque no hubiera infierno, ni muerte, ni castigo, ni premio alguno, se nos había de partir el corazón de haber sido traidores a tan gran Majestad, sólo por su infinita autoridad y bondad.
Ha de lamentarse el pecador de haber ofendido a tan infinita bondad, y por eso privándose de su amistad y gracia y de todo bien, pérdida que nos debe causar mayor pesar que si hubiéramos perdido todo el mundo. !Qué tristes suelen estar los hombres de haber perdido la salud, u honra, o hacienda, o amigos! Para algunos no hay consuelo de estas pérdidas temporales. Y así, nuestro pesar había de ser mayor que cuanta pena han tomado los hombres por otras cosas.
Junta todos los pesares que han tenido y tendrán los hombres de cosas temporales; junta las lágrimas que han derramado las madres por sus hijos, las mujeres por sus maridos y todos los mortales por sus desdichas. Y haz un dolor de tantos dolores, y un llanto de tantos llantos, y un llorar de tantas lágrimas, y una pérdida de tantas pérdidas, y un pesar de tantos pesares. Procura que el dolor de tus pecados exceda infinitamente, porque más pierdes con uno solo, que todo lo que han llorado y perdido los hombres.
El mayor mal de los males es la culpa mortal; y así, hemos de tener por ella el mayor pesar de los pesares, el mayor dolor de los dolores, el mayor propósito de los propósitos. Si por librarte de un solo mal de esta vida dieras la hacienda de tu casa, y los ojos de tu cara, y la sangre de tus venas, y los miembros de tu cuerpo, y la misma vida, ¿qué debes hacer por librarte de todos los males, o del mayor mal de todos?
Mira qué debes hacer por el sumo mal de los males: el pecado. No sea menos que lo que harías por el menor de los males y bien de los bienes, que es la hacienda o la salud.
Únase a esto el gran fruto que puede resultar de ser muy intensa la contrición y conversión del pecador, conforme a la doctrina de Santo Tomás, de Cayetano y otros escolásticos, acerca del revivir los merecimientos que se perdieron por los pecados mortales, que vuelven por la nueva gracia. Porque dicen muchos doctores, que aunque es verdad que por el pecado mortal se pierden todos los méritos de las buenas obras hechas en gracia, tornan a revivir los merecimientos antiguos cuando el pecador tiene tal contrición que merezca tener mayor gracia que la que perdió por el pecado.
Después de reconciliado uno con Dios, limpio de sus pecados y hermoseado con la gracia que ha conseguido por la contrición verdadera y por el sacramento de la Penitencia, ha de procurar perseverar en el estado divino que ha alcanzado, mostrando que su conversión es firme y de corazón, de manera que dure hasta la muerte, pues morir en gracia es la mayor dicha de la vida; porque el que persevere hasta el fin, será salvo. La gracia da derecho a la vida eterna, y así debe durar toda la vida temporal.
El que una vez se ha confesado, procure con todas sus fuerzas perseverar en santa vida por toda su vida, hasta morir en gracia, que es la mayor felicidad del mundo. Esto es lo que clama Isaías: “Laváos y estad limpios” ; porque los que luego tornan a pecar, lávanse, no para estar limpios, sino para tornar a ennegrecerse y mancharse con la inmundicia del pecado, siendo de poco provecho el haberse lavado.
Por eso dice San Gregorio: “Deben ser avisados los que lloran sus pecados cometidos y no los dejan, que consideren solícitamente cómo se limpian en balde llorando ; los que viviendo malamente se ensucian para volver a la inmundicia del mundo”.
Oiga cada uno lo que dice el Hijo de Dios: “Ves aquí que estás sano, no quieras pecar más, porque no te acaezca alguna cosa peor”. De los que después de recibida la gracia vuelven a pecar, se queja Dios con gran sentimiento por el profeta Isaías: “Yo crié hijos y los ensalcé, mas ellos me despreciaron”.
Mire el que ha llegado a lavarse con la sangre de Cristo en el sacramento de la Penitencia. Cuánto va de ser ángel a demonio, tanta diferencia ha de haber de su vida, después de confesado, a la que hizo antes. Su mudanza fue de la fealdad a la hermosura; de la esclavitud de Satanás, al reino de Cristo; de ser compañero de Lucifer, a ser hijo de Dios ; de la muerte a la vida, de todo mal, a tener todo bien.
No ha de tener ya deseos de hombre, sino de ángel; no de obras de carne, sino de espíritu divino; no sentimientos de mundo, sino del Evangelio de Cristo. Quien se ha confesado ha subido a la mayor dignidad que hay en esta vida; y así, ha de hacer la mayor mudanza de sus costumbres que se haya visto en la vida; y pues ha recibido la gracia por segunda naturaleza celestial y divina, no ha de vivir según la naturaleza terrestre y corrompida.
Los medios para no pecar son: La frecuencia de los sacramentos, el trato interior con Dios, le lectura de libros devotos, el retiro de las cosas del mundo. Se engañan a sí mismos los que se proponen el fin sin querer los medios. Es imposible que se quiera eficazmente un fin, sin que se quieran también sus medios; y así, miente quién dice que quiere no ofender a Dios, si no quiere los medios por donde no le ha de ofender.
Entre los propósitos que debe hacer el verdadero penitente, fuera del sustento espiritual del alma, ha de ser huir mil leguas de las ocasiones de pecar. Muy poco contrito estará, quien sabiendo que en una ocasión ofendió algunas veces a su Criador, se torna a poner al mismo riesgo; porque verdad es lo que dijo el Espíritu Santo: “El que ama el peligro, perecerá en él”.
¿Cuántos hay, que por una o dos veces que padecieron naufragio, no han querido ver más la mar? ¿Cómo se atreve el hombre a tornar donde cien veces le robaron a Dios, donde cien veces mataron su alma, donde innumerables veces ha padecido naufragio, y si no muerto, salió de él agonizando?
El verdadero penitente se guarda de todo esto, y así uno, después de confesado, ha de evitar todo lo que le pueda ser ocasión de pecar.
Así como el que ha conseguido la gracia después del sacramento de la Penitencia ha transformado su alma de monstruo del infierno en una hermosura mayor que la del cielo, y de vil esclavo de la más maldita criatura del mundo, que es Lucifer, ha subido a ser hijo del Altísimo y amigo del mismo Dios, y de hombre carnal y terreno, ha pasado a ser espiritual y divino, así ha de mostrar en sus obras igual diferencia de las pasadas a las del presente.
No es ya el que fue, y así, ya no ha de obrar lo que obró, sino obras tan diferentes, como verdaderamente diferente es el estado de su alma.
La raíz es muy diversa, y así lo han de ser los frutos; todos han de ser del Espíritu Santo. Oiga, y cumpla lo que dice el Apóstol San Pablo a los que han recibido la gracia: “Andad según el espíritu; no cumpláis los deseos de la carne; porque la carne desea lo que es contrario al espíritu, y el espíritu lo que es contrario a la carne. Estas dos cosas son contrarias entre sí.
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