Por bottegadivina.wordpress.com
La Acedia es una flojedad y caimientro del corazón para bien obrar: y particularmente es una tristeza y hastío de las cosas espirituales. El peligro de este pecado se conoce por aquellas palabras que el Salvador dice: «Todo árbol que no diere buen fruto, será cortado y echado al fuego».
Y en otra parte, exhortándonos a vivir con cuidado y diligencia (que es contraria a este vicio) dice; «Abrid los ojos, velad y orad, porque no sabéis cuándo seréis llamados».
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- Evagrio Póntico (345-399) sostenía que no son 7 sino 8 los pecados capitales e incluía la acedia entre ellos, describía al acedioso diciendo: “La acedia es la debilidad del alma que irrumpe cuando no se vive según la naturaleza ni se enfrenta noblemente la tentación. El flujo de la acedia arroja al monje de su morada, mientras que aquel que es perseverante está siempre tranquilo. El acedioso aduce como pretexto la visita a los enfermos, cosa que garantiza su propio objetivo. El monje acedioso es rápido en terminar su oficio y considera un precepto su propia satisfacción…
La mayor parte de los textos atribuidos a Evagrio Póntico se encuentran en la recopilación canónica llamada Filocalia. Donde advierte, “No puedo escribir sobre todas las villanías de los demonios; y siento vergüenza de hablar sobre ellos en longitud y en forma detallada, por miedo a dañar al más ingenuo entre mis lectores”.
Antipatía a la “virtud crucificada.”
“Malicia, rencor, pusilanimidad, desesperación, indolencia en lo tocante a los mandamientos, divagación de la mente por lo ilícito…”
“La ociosidad, la somnolencia, la indiscreción de la mente, el desasosiego del cuerpo, la inestabilidad, la verbosidad, la curiosidad.”
- Santo Tomás de Aquino la define con precisión como tristeza del bien espiritual; indicando que su efecto propio es el quitar el gusto de la acción sobrenatural. Es una desazón de las cosas espirituales que prueban a veces los fieles e incluso las personas adentradas en los caminos de la perfección; es una flaccidez que los empuja a abandonar toda actividad de la vida espiritual, a causa de la dificultad de esta vida.
- Garrigou-Lagrange la definía como “cierto disgusto de las cosas espirituales, que hace que las cumplamos con negligencia, las abreviemos o las omitamos por fútiles razones. La acidia es el principio de la tibieza”.
No menos importancia se le dio entre los autores del renacimiento espiritual español. La Puente dice que es “una tristeza o tedio de todas las obras de la vida espiritual, así de la vida activa como de la contemplativa, de donde procede que a todo lo bueno resiste y para todo inhabilita, y es lastimoso el estrago que hace”.
Sus consecuencias se ilustran claramente por sus efectos o, para usar la denominación de la teología medieval, por sus hijas:
1 La disipación, o sea un vagabundeo ilícito del espíritu, la
2 La pusilanimidad,
3 El torpor,
4 El rencor,
5 La malicia, o sea, el odio a los bienes espirituales y
6 la desesperación.
7 tristeza y pereza espiritual
El torpor es avinagramiento de la vida, inestabilidad en el tiempo espacio, rencor einsatisfacción
Segun santo tomas la acedía esta – entre los pecados contra el Amor a Dios. Esos pecados contra la Caridad que enumera el Catecismo son:
- la indiferencia
- la ingratitud
- la tibieza
- la acedía
- el odio a Dios
Santo Tomás la describe como “tristeza mundana”, es un pecado contra el espíritu Santo.
El Catecismo la define así: “La acedía o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el bien divino” (CIC 2094). Nuevamente, en otro lugar, tratando de la oración, la enumera entre las tentaciones del orante: “otra tentación a la que abre la puerta la presunción, es la acedía. Los Padres espirituales entienden por ella una forma de aspereza o desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón. `El espíritu está pronto pero la carne es débil´ (Mateo 26,41)” (CIC 2733)
Santo Tomás de Aquino, que considera a la acedia como pecado capital, la define como: tristeza por el bien divino del que goza la caridad.
La acedia conlleva consecuencias desastrosas para toda la vida moral y espiritual. Disipa el tesoro de todas las virtudes. La acedia se opone directamente a la caridad, pero también a la esperanza, a la fortaleza, a la sabiduría y sobre todo a la religión, a la devoción, al fervor, al amor de Dios y a su gozo.
San Gregorio llama tristeza, debemos admitir con este último seis pecados derivados (“las hijas de la tristeza”): malicia, rencor, pusilanimidad, desesperación, indolencia en lo tocante a los mandamientos, divagación de la mente por lo ilícito.
San Isidoro de Sevilla indica, en cambio cuatro derivadas de la tristeza: el rencor, la pusilanimidad, la amargura, la desesperación; y seis de la acidia propiamente dicha: la ociosidad, la somnolencia, la indiscreción de la mente, el desasosiego del cuerpo, la inestabilidad, la verbosidad, la curiosidad.
Santo Tomás conoce las dos primeras enumeraciones y se esfuerza por darles un sentido lógico y armonizarlas tomando como base la de San Gregorio. Parte de lo que dice Aristóteles: “nadie por largo tiempo puede permanecer con tristeza y sin placer”, por lo que, de la tristeza nace necesariamente un doble movimiento: huida de lo que entristece y búsqueda de lo que da placer. De este doble movimiento se originan seis pecados principales (y otros secundarios relacionados a estos):
1) Desesperación. Ha de entenderse como la natural repugnancia y consecuente huida de aquella obra difícil que produce tristeza. El fastidio y el aburrimiento no combatidos (al menos mediante la perseverancia y firmeza en no abandonar la obra comenzada o el deber contraído) pueden terminar en el abandono, en la desesperación de no poder llevar adelante tales obligaciones. Cuando el propio gusto, buscado como fruto de las obras, es superior al deseo de cumplir la voluntad de Dios, basta el dejar de hallar tal gusto para que se origine un creciente aborrecimiento que puede llevar al abandono de ellas. En esto más de perder llevan quienes más atados a los gustos están, como dice San Juan de la Glossary Link Cruz: “Estos también tienen tedio cuando les mandan lo que no tiene gusto para ellos. Estos, porque se andan al regalo y sabor del espíritu, son muy flojos para la fortaleza y trabajo de perfección, hechos semejantes a los que se crían en regalo, que huyen con tristeza de toda cosa áspera, y oféndense de la cruz, en que están los deleites del espíritu; y en las cosas más espirituales más tedio tienen, porque, como ellos pretenden andar en las cosas espirituales a sus anchuras y gusto de su voluntad, háceles gran tristeza y repugnancia entrar por el camino estrecho, que dice Cristo (Mt 7, 14), de la vida”. El tedio “envuelve al hombre con una cadena sin fin, de la cual sólo puede librarse mediante un esfuerzo de su voluntad; porque si se deja llevar de su tendencia sensible, la falta de gusto en las cosas espirituales engendra el tedio y éste a su vez aumenta el disgusto, y de aquí nace el tedio aumentado que sigue su labor aniquiladora de las obras. ‘Más me recelo –dice Fray Juan de los Ángeles– del tedio…, que le vuelve incapaz de toda devoción y sentimiento espiritual’”.
2) Pusilanimidad. La acedia engendra la “pusilanimidad y cobardía de corazón para acometer cosas grandes y arduas empresas”. El tedio a la dificultad que comporta la virtud (al menos en los comienzos de la vida ascética) engendra miedo al trabajo y a la perseverancia en las buenas obras y consecuentemente el ánimo se apoca. Esto proviene en definitiva del aprecio exagerado al cuerpo (sensualidad) y también de la baja apreciación de sí mismo al pensar que por el amor y afición de los deleites no va a ser posible sufrir los trabajos y dificultades de la carne.
3) Incumplimiento de los preceptos. Primero voluntariamente (ociosidad y somnolencia voluntarias ante los deberes de estado o simplemente ante los mandamientos divinos), y a la postre como una imposibilidad de obrar el deber fruto de la abulia adquirida.
4) Rencor o amargura. Santo Tomás entiende esta expresión como “indignación contra las personas que nos obligan contra nuestra voluntad a los bienes espirituales que nos contristan”. Es decir, los superiores en la vida religiosa, y, para los perezosos en general, los virtuosos. Los primeros porque tienen autoridad para exigirnos el cumplimiento de la virtud. Los segundos porque el virtuoso, como el santo, “acusa” con su virtud eminente la desidia de los flojos. “Los santos me acusan”, confesó cierta persona al tener que explicar por qué en su biblioteca no se hallaba hagiografía alguna. Este rencor puede tomar la forma de “espíritu crítico” tanto contra los mismos bienes espirituales (para justificarse a sí mismo de no buscarlos, cargando las tintas sobre su dificultad o inoportunidad de los mismos) cuanto contra a las personas que nos empujan a buscarlos.
5) Malicia propiamente dicha. El término designa, en el lenguaje del Aquinate, “indignación y odio contra los mismos bienes espirituales”. Es un punto probablemente no querido ni sospechado por el acidioso, pero en el que lógicamente puede desembocar el resentimiento y animadversión que experimenta (cuando no es combatido) por los bienes espirituales o las personas que con ellos nos relacionan: se empieza por “amar menos”, se sigue por “preferir” otra cosa a los bienes espirituales; puede terminar por odiar aquello que ya desistimos de conseguir o buscar.
6) Divagación por las cosas prohibidas (inestabilidad del alma, curiosidad, verbosidad, inquietud corporal, inestabilidad local). Divagar significa “apartarse del asunto que se debe o se está tratando”. Indica aquí el dirigirse hacia lo ilícito como fruto de la deserción de los bienes sobrenaturales. Es un volcarse hacia las creaturas del pecado en general y propio de este pecado en particular. Magnificas descripciones al respecto debemos a los grandes recopiladores del monacato primitivo. El perezoso o acidioso, aunque no es capaz de realizaciones concretas, deja que su imaginación construya castillos en el aire, en los que él es protagonista de cuanto no hace en la vida real. Esto no sólo representa una pérdida de tiempo sino que suele terminar siendo ocasión de pecado. Esta divagación puede verificarse en todos los órdenes: en el hablar (verbosidad), en el conocer (convertido en curiosidad), en los propósitos (inestabilidad del alma), en el reposo (permanente desplazamiento de un lugar para otro, e incluso agitación física).
Esto es consecuencia lógica de su flojedad en entregarse del todo a Dios, como explica muy bien San Juan de Ávila: “Si con pereza y tibieza negocia el negocio de Dios, allende de ser desleal al Señor que con tanto ardor de amor negoció nuestro negocio tomando la cruz por nos con gran denuedo, sobrándole amor y faltándole que padecer; más aún: vivirá una vida tan miserable que de penada la haya de dejar; porque como el tibio no goza de placeres de mundo por haberlos dejado con un poco de buen deseo, y como por falta de diligencia no goce de los de Dios, está como puesto entre dos contrarios, que cada uno le atormenta por su parte, padeciendo desconsuelos gravísimos que le hacen, en fin, dejar el camino y con miserable consejo buscar las cebollas de Egipto (Núm 11,5) que ya dejó, porque no puede sufrir la aspereza del desierto”.
Los remedios contra la acedia
Algunos remedios son comunes con la pereza; otros son específicos de la acedia. Señalemos entre estos:
Hay que meditar y valorar como bienes reales para nosotros los dones sobrenaturales con que Dios nos agracia. Dice Santo Tomás: “Cuando pensamos más en los bienes espirituales, más nos agradan, y más de prisa desaparece el tedio que el conocerlos superficialmente provocaba”. Y el mismo en otro lugar: “Cuanto más pensamos en los bienes espirituales, tanto más placenteros se nos vuelven, y con esto cesa la acedia”. Condición fundamental para el amor es que la voluntad perciba como “bien para ella” aquello que debe amar. El verse objeto del amor de Dios enciende nuestro amor por Dios; este objeto tiene, por ejemplo, la “Contemplación para alcanzar amor” con que San Ignacio concluye sus Ejercicios Espirituales. En este sentido también es esencial el ejercicio de la fe iluminando con criterios sobrenaturales las realidades que han de ser amadas: Dios, el cielo, la gracia, la santidad; y los medios para alcanzar este “Bien Sobrenatural”: la cruz, el renunciamiento, el ejercicio de la virtud, la práctica de la misericordia, las bienaventuranzas evangélicas. Quien se ejercita de esta manera es capaz de afirmar como Santa Teresa de Lisieux: “me es dulce el padecer”; San Francisco Javier: “los que gustan de la cruz de Cristo Nuestro Señor descansan viviendo en estos trabajos y mueren cuando de ellos huyen o se hallan fuera de ellos”.
2) La acedia es pecado contra la caridad; se vence pues haciendo crecer la caridad hacia Dios y los dones por los que Dios se nos participa: la gracia, los dones del Espíritu Santo, los mandamientos divinos, los consejos evangélicos. Todos los medios para acrecentar la caridad son remedios para vencer la acedia: la misericordia, el trato asiduo con la Eucaristía, la oración perseverante, la lectura sabrosa de la Sagrada Escritura, etc.
3) Como la tentación de la acedia puede ser parte de las desolaciones con que Dios purifica el alma, conviene también considerar todos los motivos por los cuales la desolación nos es provechosa: como purificación de nuestros pecados, para que experimentemos realmente lo que es de Dios en nosotros y los límites que tiene nuestra acción sin la ayuda y consuelo de Dios, para reparar nuestras negligencia y lentitudes, y para hacernos crecer en la humildad.
4) En cuarto lugar, como la acedia es un modo de pereza, valen para ella los remedios generales para este defecto: la firmeza de propósitos; el combate decidido contra el ocio obrando por medio de la lectura espiritual, la Salmodia, el trabajo manual, la oración y las obras buenas de todo género. Dice Alcuino que el diablo tienta más difícilmente a quien nunca está ocioso. Y Casiano, apela a la experiencia para resaltar la resistencia antes que la huida: “Es algo experimentado que se impugna la acedia no huyendo sino resistiendo”.
5) Siendo también una forma de sensualidad se la combate también con la mortificación, especialmente mortificando aquello que es más propio de la acedia: la constante movilidad, la curiosidad, la verbosidad, etc.
6) Pero fundamentalmente la acidia se purifica en la “noche pasiva del sentido”, es decir, en las purificaciones a las que Dios sujeta al alma. Se trata de una gracia purificadora a la que el alma debe responder por medio de su docilidad y paciencia. Lo explica San Juan de la Cruz en su “Noche oscura”: “Acerca de las imperfecciones de los otros tres vicios espirituales que allí dijimos que son ira, envidia y acidia, también en esta sequedad del apetito se purga el alma y adquiere las virtudes a ellas
Nota: Está incompleto.