Este poema se le atribuye al franciscano Tomás de Celano (1200-1260) siglo XIII. Es considerado el mejor poema en latín medieval. El poema describe el día del juicio final, ese día en el cual con el sonido de la última trompeta, los muertos serán llamados ante el trono divino y los elegidos se salvarán y los condenados serán arrojados a las llamas eternas.
A partir del siglo XIV este poema se incorporó a la Misa de Réquiem y el Concilio de Trento (1545–1563) lo confirmó como parte fija en esta Misa.