(Nota: Dejo esto aquí a modo de apuntes para volver a ellos)
La recta senda
10 «Oye, hijo mío, y recibe mis palabras y se multiplicarán los años de tu vida,
11 Que te enseño el camino de la sabiduría y te encamino por el recto sendero.
12 Así cuando anduvieres no se enredarán tus pasos, y aun corriendo no tropezarás.
13 Retén firmemente la disciplina, no la dejes, guárdala, mira que es tu vida.
14 No te metas por las sendas del impío, no vayas por el camino de los malos.
15 Esquívale, no pases por él, tente apartado de él, pasa de lejos.
16 Esos no duermen tranquilos si no han hecho el mal, huye de ellos el sueño si no han hecho alguna ruina.
17 Comen el pan de la maldad y beben el vino de la violencia.
18 Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta ser pleno día.
19 Al contrario, el camino del impío es la tiniebla y no ven donde tropiezan.
20 Hijo mío, atiende a mis palabras, inclina tu oído a mis razones,
21 No se aparten nunca de tus ojos, guárdalas dentro de tu corazón.
22 Que son vida para quien las acoge y sanidad para su carne.
23 Guárdalas en tu corazón con toda cautela, porque son manantial de vida.
24 Lejos de ti toda falsía de la boca y aparta de ti toda iniquidad de los labios.
28 Mira siempre de frente con tus ojos, vayan tus párpados derechos ante ti.
28 Mira bien dónde pones el pie, y sean rectos todos tus caminos.
27 No te desvíes a la derecha ni a la izquierda, y aparta del mal todos tus pasos.»
(Proverbios 4, 10-27)
La verdadera pureza
«¡No comprendéis -añadió, declarando puros todos los alimentos- que todo lo exterior que entra en el hombre no puede mancharle, porque no entra en el corazón, sino en el vientre, y sale al seceso? Decía, pues: Lo que sale del hombre, eso es lo que mancha al hombre, porque de4 dentro, del corazón de los hombres, provienen los pensamientos malos, fornicaciones, hurtos, homicidios, adulterios, codicias, maldades, fraude, impureza, envidia, blasfemia, altivez, insensatez. Todos estos males proceden del hombre y manchan al hombre.» (Marcos 7,18-23)
Pureza del alma, del corazón
«Tomando Pedro la palabra, le dijo: Explícanos esa parábola. Dijo Él:¿Tampoco vosotros entendéis? ¿No comprendéis que lo que entra por la boca va al vientre y acaba en el seceso? Pero lo que sale de la boca procede del corazón, y eso hace impuro al hombre. Porque del corazón provienen los malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, blasfemias. Esto hace impuro al hombre; pero comer sin lavarse las manos, eso no hace impuro al hombre.» (Mateo 15,15-19)
Pecados de la lengua
«, porque todos ofendemos mucho. Si alguno no peca de palabra, es varón perfecto, capaz de gobernar con el freno todo su cuerpo. A los caballos les ponemos freno en la boca para que nos obedezcan y así gobernamos todo su cuerpo. Ved también las naves, que, con ser tan grandes y ser empujadas por vientos impetuosos, se gobiernan por un pequeño timón a voluntad del piloto. Así también la lengua, con ser un miembro pequeño, se atreve a grandes cosas. Ved que un poco de fuego basta para quemar todo un bosque. También la lengua es un fuego, un mundo de iniquidad. Colocada entre nuestros miembros, la lengua contamina todo el cuerpo, e inflamada por el infierno, inflama a su vez toda nuestra vida. Todo género de fieras, de aves, de reptiles y animales marinos es domable y ha sido domado por el hombre; pero la lengua nadie es capaz de domarla, es un azote irrefrenable y está llena de mortífero veneno. Con ella bendecimos al Señor nuestro y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que han sido hechos a imagen de Dios. De la misma boca proceden la bendición y la maldición. Y esto, hermanos míos, no debe ser así. ¿Acaso la fuente echa por el mismo caño agua dulce y amarga? ¡Puede acaso, hermanos míos, la higuera producir aceitunas, o higos la vid? y tampoco un manantial puede dar agua salada y agua dulce.» (Santiago 3,3-11)
La cabeza de la serpiente
«Nos dice: El que mira a una mujer para desearla, ya ha cometido con ella adulterio en su corazón (Mt 5:28). Y con esto no está corrigiendo los ojos curiosos y malvados, sino más bien al alma que está adentro y que usa malamente sus ojos, recibidos de Dios para el bien. También por este motivo el sabio proverbio no nos dice que pongamos toda nuestra vigilancia en custodiar nuestros ojos, sino que dice: pon toda tu vigilancia en custodiar tu corazón (Pr 4:23), aplicando a éste el cuidado de la vigilancia, pues es el corazón el que se servirá luego de los ojos para lo que realmente desea.
Custodiaremos, pues, así nuestro corazón, cuando, por ejemplo, se forma en nuestra mente la imagen de una mujer, producida por la astucia diabólica, aunque se trate de nuestra madre, o de una hermana o de cualquier otra mujer pía, ahuyentémosla de nuestro corazón enseguida, para que no suceda que, si nos entretenemos mucho en tal memoria, el Seductor que nos empuja hacia el mal, a partir de estas imágenes, haga a posteriori resbalar y precipitar nuestra mente en pensamientos turbios y perniciosos.
El mandamiento mismo que Dios había dado al primer hombre ordenaba CUIDARSE DE LA CABEZA DE LA SERPIENTE; es decir, de la primera aparición de los pensamientos peligrosos, mediante los cuales, trata de meterse dentro de nuestras almas. Si acogemos su cabeza, es decir, el primer estímulo del pensamiento, terminaremos por aceptar el resto del cuerpo de la serpiente, esto es, daremos nuestro consentimiento al placer. Y después de esto, él llevará a nuestra mente a realizar las acción ilícita.» –Casiano el Romano (360-435, d. de C.)
Tienen cabezas, y con ellas dañan
«El poder de los caballos (espíritus malignos del aire, demonios) está en su boca ( su pensamiento y palabra) y en sus colas; porque sus colas, semejantes a serpientes, tienen cabezas, y con ellas dañan.»
(Apocalipsis 9, 19)
Cabeza hace referencia al primer pensamiento que un demonio introduce en nuestro espíritu (nuestro hilo de pensamiento, nuestra mente). Y la cola que le sigue, o cuerpo de la serpiente, es entrar en divagación, distracción, soñar despierto, caer e introducirnos en tentación; en la que entramos si aceptamos y seguimos ese primer pensamiento «cabeza de serpiente».
La Virgen María pisa a la serpiente con su calcañar (talón). En nuestro cuerpo humano nuestra cabeza o frente representa nuestra consciencia e inteligencia, nuestra capacidad de conocer y ser consciente. El resto de nuestro cuerpo representa nuestra voluntad quebrada y desembocada por el Pecado Original, nuestras pasiones a trabajar negándolas primero y domándolas con mortificación después. Sólo así se calman nuestras pasiones, nuestros impulsos al placer de todo tipo (desde el placer más espiritual como el honor, autoestima, etc hasta lo material) con ayuno y mortificación.
La parte más débil de nosotros es la que soporta el peso de todos nuestro cuerpo, de nosotros mismos. Se la reperesenta como el calcañar (también pie) y ese calcañar es nuestra mente (nuestro corazón, alma y espíritu).
«El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame.»
(Mateo 16, 17)
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El reino de Dios, y su justicia, está dentro de nosotros
«Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura.» (Mateo 6,33) (Nota: La justicia, según la Sagrada Escritura, no ha de entenderse en el sentido jurídico de dar a cada uno lo suyo, sino en el de la justificación que viene de Dios (Rm. 3, 25 s.; 10, 3 ss. y 3, 30 ss.; Fil. 3, 9), y de la santidad, que consiste en el cumplimiento de la divina Ley. Sal. 4, 6; Hb. 13, 5; Lc. 18, 9 ss.))
«Ni podrá decirse: Helo aquí, o allí, porque el reino de Dios está dentro de vosotros.»
(Lucas 27,21)
(Nota: viene callado a las almas, que escuchan con docilidad la voz de Dios).
Mortificación, ayuno, ascesis (de la voluntad, en nuestro espíritu -pensamiento-)
Ayuno y mortificación
Ayuno es negar pensamientos, pararlos, no seguirlos, es decirnos «no me gusta ese pensamiento, no quiero ser así», no lo voy a seguir. Lo bloqueo, no quiero que forme parte de mi, no creo en ese pensamiento, no es bueno, destruye. Es negarnos a nosotros mismos (ideas, puntos de vista, sentimientos satisfactorios y de placer, orgullo, etc) y mortificarse es el esfuerzo de aguantar el tirón que nos da la ganas de placer, es el sufrimiento de sujetar nuestra voluntad. Eso es.
Ayuno es no comer la carne de la serpiente. Es decir, su espíritu: sus argumentos, sus sensaciones de placer (vanidad, honor, superioridad, ingenio, autoestima, belleza y atractivo, y mil etc). Su espíritu es todos aquellos elementos, ideas, sensaciones, sentimientos, que crean una identidad y que lo que conforma. Todo aquello que es y da forma a la serpiente (argumentos de mil tipos, placer, orgullo, soberbia, egoísmo, no obedecer la Palabra de Dios, etc. Todo lo que nos aleja de Jesús y María, todo aquello por lo que le damos la espalda a nuestra salvación. Porque eso es lo que quieren Jesús y María, justo eso, que nos salvemos. Quieren lo que realemnte nos conviene, lo mejor para nosotros. Quieren lo que nosotros no queremos.
El espíritu esla suma de elementos que conforma una identidad. La suma de valores e ideas y sentimientos que son el alma, el centro, el corazón, la esencia, de una cosa. Es eso que lo mueve y define. Por ejemplo:
El espíritu de un deporte determinado se podría decir que es: la superación personal, compañerismo, solidaridad ante la adversidad, trabajo en equipo, ayudarse unos a otros, cubrir al caído y hacer su trabajo, padecer el dolor de los que amas, ayudar, sufrir junto al hermano de fatigas,… amar la vida a fin de cuentas, y luchar por ella. Algo así. Algo profundo que nos impulsa y nos mueve. En nosotros, claro. Lo que nos mueve es muy diferente a lo que mueve al demonio y a sus ángeles caídos. A nosotros nos mueve abrirnos camino hacia la Vida, que es Cristo, es Él, Él es la Vida que da la vida a todos… y poca gente es consciente de ello. La vida no brota sola de la nada, ni pertenece a la materia. La Vida es Dios Padre dentro de todo aquello que vive. Desde una brizna de hierba hasta tú mismo, y todos nosotros. Porque somos su obra. Todo y todos, Ángeles del cielo y nosotros. Somos la obra de Dios.
En cambio al demonio y a los suyos les mueve otra cosa; la muerte, la nuestra, y en general.
Negarse a uno mismo
«El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame.»
(Mateo 16, 17)
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Los tres espíritus: Espíritu de la carne, espíritu del mundo y espíritu del demonio.
(Estímulos de la carne y sus voluptuosidades.)
Símiles a cabeza de serpiente: flecha, dardo inflamado con fuego del infierno, espina de abrojo, roedor que echa a perder una cosecha, ladrón que horada la pared de nuestra casa (corazón, mente) en la noche (velar es estar alerta, atento a qué pensamos y decimos y hacemos), etc.
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Casiano el Romano – Los ocho pensamientos viciosos
La acidia
Nuestra sexta lucha es contra el espíritu de la acidia, que está unido al espíritu de la tristeza y con él colabora, siendo éste un terrible y pesado demonio, siempre pronto a ofrecer una batalla a los monjes. Cae sobre el monje en la hora sexta produciéndole desasosiego y escalofríos, causándole odios hacia el lugar donde se encuentra y contra los hermanos que viven con él, así como respecto de su trabajo y de la lectura misma de las divinas Escrituras. Le insinúa también el pensamiento de cambiar de lugar y la idea de que, si no cambia y no se muda, todo será fatiga y tiempo perdido. Además de esto, le dará hambre alrededor de la hora sexta, un hambre tal como no le sucede después de tres días de ayuno, de un largo viaje o de una gran fatiga. Luego hará que surjan pensamientos varios, tales como que no podrá nunca liberarse de tal mal o de tal peso, si no sale frecuentemente visitando a tal hermano, para obtener una ventaja, se entiende, o visitando a los enfermos.
Cuando el monje no se encuentra atado por estos pensamientos, lo sumerge entonces en un sueño profundo, tornándose el sentimiento aun más violento y fuerte en contra de él, y no podrá ser ahuyentado si no es por medio de la oración, evadiendo el ocio, con la meditación de las divinas palabras y con la resistencia a las tentaciones. Porque si este espíritu no encuentra al monje defendido por estas armas, lo golpea con sus flechas y lo torna inestable, lo agita, lo torna indolente y ocioso, induciéndolo a recorrer varios monasterios, no preocupándose, no buscando otra cosa más que lugares donde se coma y se beba bien. Porque la mente del acidioso no piensa más que en esto o en la excitación que proviene de estas cosas. Y llegado a este punto, el demonio lo envuelve en asuntos mundanos, y poco a poco lo engancha mediante estas peligrosas ocupaciones, hasta que el monje rechaza del todo su profesión monástica.
El divino Apóstol, sabiendo cuán pesado es este mal, y queriendo, cual médico sabio, erradicarlo completamente de nuestras almas, nos muestra sobre todo las causas que lo originaron y nos habla así: Os rogamos hermanos, en el nombre del Señor nuestro Jesucristo, manteneros alejados de todo hermano que no cambie por la disciplina y siguiendo la tradición que habéis recibido de nosotros. Vosotros sabéis cómo imitarnos, puesto que no nos hemos portado desordenadamente entre vosotros: no hemos comido gratuitamente el pan de nadie, sino que hemos trabajado día y noche con fatiga y afán para no ser una carga para vosotros; no porque tuviésemos potestades para no trabajar, sino con el fin de darles un modelo a imitar. Cuando estuvimos entre ustedes les pedimos esto: si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. Sentimos que algunos de entre vosotros caminan indisciplinadamente, sin hacer nada, pero inmiscuyéndose en todo. A éstos nos dirigimos y les recomendamos en Cristo Jesús que coman de su pan, trabajando con tranquilidad (2 Ts 3:6-12).
Sabemos con cuanta sabiduría el Apóstol nos muestra las causas del tedio. Llama «sin disciplina» a los que no trabajan; pone en evidencia con esta sola palabra una gran malicia, porque el que lo hace no teme a Dios, no considera a su hermano al hablar y es presto al insulto: es decir, no sabe estar en paz y es esclavo del tedio. El Apóstol nos ordena mantenernos alejados de tales personas, es decir, separarnos como de un mal contagioso. Y no según la tradición que han recibido de nosotros (2 Ts 3,6), y con esta expresión indica cómo aquellos son soberbios, disruptores y malos difusores de las tradiciones apostólicas. Aun dice: No hemos comido gratuitamente pan de nadie, sino que hemos trabajado día y noche con fatiga y afán (2Ts 3:8).
El Doctor de las gentes, el heraldo del Evangelio, aquel que ha sido raptado hasta el tercer cielo, aquel que dice cómo el Señor ha establecido que aquellos que anuncian el Evangelio viven del Evangelio, trabaja de día y de noche para no ser una carga para nadie (2Ts 3:8). ¿Qué haremos nosotros, que frente al trabajo nos mostramos tediosos y buscamos el reposo del cuerpo? Nosotros, a quienes no nos ha sido confiado el anuncio del Evangelio ni la preocupación de las iglesias, sino apenas el cuidado de nuestra alma. Y el Apóstol agrega: mostrando claramente el daño causado por el ocio: …sin hacer nada pero inmiscuyéndose el todo (2Ts 3:11). Del ocio viene la curiosidad, de la curiosidad, la falta de disciplina y de ésta toda malicia. Pero el Apóstol nuevamente prevé una cura para éstos y agrega: A éstos recomendamos que coman de su pan trabajando con tranquilidad (2Ts 3:12). Y de modo aún más impresionante, agrega: El que no quiera trabajar, que tampoco coma (2Ts 3:10).
Los santos Padres que viven en Egipto, adiestrados por estos preceptos apostólicos, no permiten a los cristianos permanecer ociosos en ningún momento, sobre todo si se trata de jóvenes. Porque saben que sometiéndose al trabajo alejan el tedio, obtienen su propia comida y ayudan a los necesitados.
Éstos no trabajan sólo para obtener su propia comida, sino para proveer a los extranjeros, a los pobres y a los presos con su propio trabajo; a causa de su propia fe, las buenas obras que hacen se convierten en un sacrificio santo, grato a Dios.
También dicen esto los Padres: «El que trabaja, no tiene a menudo más que un solo demonio a quien combatir y por el cual está oprimido, mientras que el ocioso está atormentado por miríadas de malos espíritus.«
Pero es bueno agregar también una palabra del padre Moisés, hombre de probadísima virtud entre los Padres. Me refiero a una palabra que recibí de él. En un breve período transcurrido por mí en el desierto, fui atormentado por el tedio, por lo que acudí a su consejo contándole lo que me había ocurrido.
Habiéndome el tedio reducido a los extremos, logré superarlo acudiendo a san Pablo. El padre Moisés me contestó así: «Ten coraje. No te has liberado, sino que te le has entregado totalmente como esclavo. Debes saber que, puesto que has desertado, te hará una guerra aún más grave, si de ahora en adelante no te dedicas a combatirlo con celo por medio de la paciencia, de la oración y del trabajo manual.«
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Un saludo. Cuídense mucho.