Libros
Curzio Nitoglia, Non abbiamo Fratelli Maggiori. Perché l’Antica Alleanza è stata revocata e gli Ebrei hanno bisogno di Gesù per salvarsi.
(No tenemos Hermanos Mayores. Por qué la Antigua Alianza fue revocada y los Judíos necesitan a Jesús para salvarse, ndt)
Edizioni Radio Spada, Cermenate – Como[i], 2019.
Prólogo
El 28 de octubre de 1965, poco antes del final del Concilio Vaticano II (8 de diciembre de 1965), fue promulgada la Declaración conciliar Nostra aetate (a partir de ahora NA) sobre las relaciones entre Judaísmo[ii] postbíblico o talmúdico y Cristianismo. A partir de ella, hubo una auténtica “subversión” de la doctrina católica sobre el tema de la contra/religión judía/postcristiana.
Juan Pablo II (1978-2005) hizo de NA el “caballo de batalla” de su largo Pontificado y la difundió por todas partes. Él – apenas dos años después de su elección pontificia – declaró, a la luz de NA, que “la Antigua Alianza no fue jamás revocada” (Discurso de Maguncia, 17 de noviembre de 1980) y, seis años después, que “los Judíos son hermanos mayores de los Cristianos en la Fe de Abrahán” (Discurso en la sinagoga de Roma, 13 de abril de 1986).
A partir de estas dos afirmaciones (objetivamente contrarias a la fe católica), tanto Benedicto XVI (2005-2013) como el papa Francisco (2013), no solo han reafirmado los mismos errores, sino que – como explica el Autor en el libro – han explicitado nuevos (“los Judíos postbíblicos no necesitan a Jesús para salvarse”), contenidos ya virtualmente en ellas y en NA.
La doctrina católica enseña, por el contrario, que 1º) los Judíos son hermanos mayormente separados de los Cristianos y no sus hermanos mayores en la fe; 2º)que la Antigua Alianza fue remplazada por la Nueva y Eterna Alianza; 3º) y finalmente que todos los hombres (incluidos los Judíos) necesitan a Jesús (único Redentor universal de la humanidad) para salvarse.
Por último, muy recientemente – en los primeros meses del año 2019 – fue publicado el libro La Bibbia dell’Amicizia. Brani della Torah/Pentateuco commentati da Ebrei e Cristiani / La Biblia de la Amistad. Fragmentos de la Torah/Pentateuco comentados por Judíos y Cristianos (Cinisello Balsamo, San Paolo) con “Prefacio” a cargo del papa Bergoglio; inmediatamente después – hacia la Pascua del mismo año – salió un segundo libro sobre el mismo tema, titulado Ebrei e Cristiani / Judíos y Cristianos, redactado por el “papa/emérito” Benedicto XVI (Cinisello Balsamo, San Paolo) en colaboración con el rabino-jefe de Viena Arie Folger.
En estos dos libros, el papa Francisco y el “papa-emérito” Benedicto XVI propagan numerosos errores, si no auténticas herejías materiales, acerca de la Fe en la divinidad de Cristo, la Santísima Trinidad, las relaciones entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, la Redención universal de Jesús y el Dogma “Extra Ecclesiam[iii]nulla salus!”.
Los errores de los papas Ratzinger y Bergoglio se refieren a) en general al problema judío/talmúdico y b)de manera específica 1º) a la cuestión del “Deicidio”; 2º) al problema de si los Judíos que crucificaron a Jesús sabían que Él era Dios; 3º) a cuál es la actitud de Dios respecto al Judaísmo religión postbíblica tras el Deicidio; 4º) al grave problema de Fe que la Declaración NA plantea a la conciencia de los católicos fieles; y finalmente – estudiando estas cuatro cuestiones a la luz de la Teología católica tradicional – se choca inevitablemente con la 5º) cuestión del Judeo/Cristianismo y de los Cristianos Judaizantes, desgraciadamente protegidos, “autorizados” y movidos a judaizar tranquilamente por Bergoglio de manera explícita y todavía más por Ratzinger de manera casi oculta u ocultada.
Capítulo 1º – El Deicidio
La Declaración conciliar Nostra aetate (28.X.1965) dice en el n. 4-g: “La muerte de Cristo es debida a los pecados de todos los hombres. Y si bien las autoridades judías con sus secuaces procuraron la muerte de Cristo, sin embargo, lo que fue cometido durante la Pasión no puede ser imputado ni indistintamente a todos los Judíos que vivían entonces, ni a los Judíos de nuestro tiempo”.
Las cosas no son exactamente así, más aún, es necesario distinguir adecuadamente: 1º) Cristo murió PARA redimir los pecados de todos los hombres, o sea, la causa final de la muerte de Cristo es la Redención de todo el género humano; pero 2º) la causa eficiente que produjo la muerte de Cristo no fueron los pecados de los hombres, sino a) el Judaísmo postbíblico, en la persona de “Anás & Caifás”, en cuanto “Sumo Sacerdote & Sumo Sacerdote/emérito” del Sandedrín, el cual, negando la divinidad de Cristo, lo condenó a muerte y después hizo que se ejecutara la sentencia por los Romanos, y finalmente b) también la mayor parte del pueblo judío α) que vivía en tiempos de Jesús, que ratificó la condena del Sanedrín gritando: “Crucifige, crucifige eum” (Mt., XXVII, 22 ss.[iv]); y β) sus descendientes en la medida en que, no creyendo en la divinidad y mesianidad de Cristo, participan en la petición de sus propios antepasados: “Sanguis ejus super nos et super filios nostros” (Mt., XXVII, 25), según su ley (Lev., XXIV, 10-16).
Para todos los Padres de la Iglesia – ya desde el siglo I hasta san Agustín (siglo V)[v] – la causa eficiente y voluntariamente responsable de la muerte de Jesús es in primis el Judaísmo farisaico/talmúdico por medio de sus jefes e in secundis mediante los simples fieles. Por tanto, en la muerte de Cristo está implicada inequívocamente la comunidad religiosa del Israel post-bíblico, que rechazó la divinidad y mesianidad de Jesús y persevera aún ahora en el rechazo perpetrado por sus padres, pero (¡atención!) no toda la estirpe física. En efecto, un “pequeño resto de Israel” (Rom., IX, 27-28) fue fiel a Cristo: los Doce Apóstoles y un millar de Discípulos.
El consenso “moralmente unánime” de los Padres es signo de Tradición divino/apostólica. En nuestro caso (el Deicidio), los Padres eclesiásticos son matemáticamente concordes al enseñar que la gran parte (infiel a Cristo) del pueblo judío, o sea, el Judaísmo talmúdico en sí, en cuanto religión anticristiana y antitrinitaria, es responsable, como causa eficiente, de la muerte de Cristo y ha dado lugar a una nueva religión cismática y herética en relación al Antiguo Testamento: el talmudismo, que se separa del mosaísmo – el cual creía, como Abrahán, en el Mesías venturo, anunciado también por las Profecías veterotestamentarias, cumplidas más tarde por Jesús de Nazaret – y que todavía hoy rechaza la divinidad de Cristo y lo condena como idólatra, ya que “siendo hombre, pretendió hacerse Dios” (Mt., XVI, 65; Mc., XIV, 63; Lc., XXII, 71; Jn., X, 36). El problema que se debe resolver, por ello, es uno solo: ¿Jesús es Dios, sí o no? Tertium non datur. Si es Dios, cae el Judaísmo talmúdico, si no es Dios, el Cristianismo es un fraude.
Por lo que se refiere a la culpabilidad del Judaísmo rabínico/talmúdico, en la muerte de Jesús, hay que distinguir entre α) los jefes, que sabían claramente – como enseña santo Tomás de Aquino (S. Th., III, q. 47, aa. 5-6; Ibid., II-II, q. 2, aa. 7-8) – que Jesús era el Mesías y querían ignorar o no admitir que era Dios (ignorancia afectada o voluntaria, que agrava la culpabilidad); y β) el pueblo, que en su mayor parte siguió a los jefes (mientras que solo un “pequeño resto” siguió a Cristo) y tuvo una ignorancia no voluntaria, pero vencible, por tanto, una culpa menos grave que los jefes, pero objetivamente o en sí grave; mientras que subjetivamente, o sea, en el corazón de cada hombre en particular, solo Dios entra, no podemos en absoluto y ni tan siquiera conocerlo. El pueblo, que, a pesar de todo, había visto los milagros de Cristo, tiene el atenuante de haber seguido al Sumo Sacerdote del momento, al Sanedrín, a los Jefes de Israel (Escribas, Doctores de la Ley, Fariseos y Saduceos); su pecado es grave en sí, aunque disminuido en parte, no cancelado totalmente, de ignorancia vencible, pero no voluntaria (S. Th., II-II, q. 2, aa. 7-8).
El Judaísmo rabínico actual, en la medida en que es la libre prosecución del Judaísmo postbíblico talmúdico de los tiempos de Jesús y se obstina en no aceptarlo como Mesías-Dios, participa objetivamente en la responsabilidad del Deicidio.
El ex-rabino jefe de Roma, convertido al Catolicismo en 1944/45, Israel Eugenio Zolli, escribe: “El principio de corresponsabilidad estaba muy difundido en el antiguo Oriente […] y se extiende no solo a la familia del transgresor, sino también a su ciudad, y cuando se trata de un rey, incluso a todo su País y a toda su Nación. […] El principio de corresponsabilidad encuentra su aplicación incluso en el derecho romano[vi]” (Antisemitismo, Roma, AVE, 1945; reimp. Cinisello Balsamo, San Paolo, 2005, p. 56). Por lo cual, “La muerte de Jesús recae sobre los Judíos considerados como colectividad étnica y religiosa” (E. Zolli, ibidem, p. 90). Por tanto, no se puede excluir la corresponsabilidad del Judaísmo postbíblico de los tiempos de Jesús como la de sus hijos: los Judíos incrédulos que rechazan a Cristo, hasta que digan: “Benedictus qui venit in nomine Domini” (Sal., CVI, 8; CXIII, 2; CXVIII, 26; Mt., XXI, 9; Mc., XI, 9; Lc., XIX, 37; Jn., XII, 13) y “Mirarán a Aquél que crucificaron” (Mt., XXIII, 38; Lc., XIII, 35).
Capítulo 2º – Crucifixión de Jesús, Divinidad de Cristo y Santísima Trinidad
Santo Tomás de Aquino (S. Th., III, q. 47, a. 6, ad 1um) se pregunta “si los Jefes de los Judíos sabían que la Persona que crucificaban era Dios mismo Encarnado, la segunda Persona de la Santísima Trinidad”. Responde que cuando Dios habló a Adán del matrimonio le explicó que era una figura de la unión de Cristo y de la Iglesia; les debió explicar, por tanto, entonces el misterio de la Trinidad y Unidad de Dios y el de la Encarnación del Verbo (S. Th., II-II, q. 2, a. 7, in corpore).
Además, el Angélico especifica que los Príncipes de los Judíos tenían un conocimiento explícito del misterio de la Encarnación, Pasión y Muerte del Verbo Encarnado. Después, en cuanto al misterio de la Trinidad, santo Tomás responde: “Antes de Cristo, el misterio de la Trinidad fue creído como el misterio de la Encarnación, es decir, explícitamente por los notables y de manera implícita y casi velada por las personas sencillas” (S. Th., II-II, q. 2, a. 8, in corpore).
Capítulo 3º – ¿Es el Judaísmo talmúdico “rechazado” por Dios y “sustituido” por la Iglesia?
La Declaración NA n. 4-h dice: “Los judíos no deben ser presentados como rechazados por Dios, ni como malditos, como si ello brotara de la Escritura”.
Ante todo hay que especificar que se está hablando de Judaísmo religión post-bíblica y de sus fieles, o sea, de los Judíos que siguen la Cábala y el Talmud, y no de la etnia judía. NA equivoca sofísticamente – cuando usa la palabra “Judíos” con dos significados totalmente distintos – hablando de las “relaciones entre estripe de Abrahán, que tendría vínculos espirituales muy estrechos con la Iglesia de Cristo”. Pues bien, no se puede conjugar la “estirpe” con lo “espiritual” y con la “Iglesia”; la carne y la sangre con el espíritu y el Cuerpo Místico de Cristo, como si fueran conceptos unívocos, que tienen el mismo significado, mientras que son equívocos, o sea, tienen significados totalmente distintos.
Después es necesario precisar los términos teológicos y bíblicos de reprobación y maldición; a) reprobar: significa rechazar, considerar inútil, desaprobar, romper una amistad. Pues bien, la Sinagoga talmúdica, que el Apóstol san Juan llama en dos ocasiones “Sinagoga de Satanás” (Apoc., II, 9; III, 9), tras la muerte de Cristo, fue desaprobada, rechazada por Dios, que constató su infidelidad al Antiguo Pacto hecho por Él con Abrahán/Moisés (1900 a. C./1300 a. C.) y la repudió para hacer una Nueva Alianza con el “pequeño resto” o “reliquia” de Israel fiel a Cristo y a Moisés (Cfr. Salvatore Garofalo, La nozione profetica del “Resto d’Israele” / La noción profética del “Resto de Israel”, Roma, Lateranum, nn. 1-4, 1962), y con todas las Gentes dispuestas a acoger el Evangelio (que en su mayor parte correspondieron al don de Dios, mientras que solo una “reliquia” de Gentiles lo rechazó, para adorarse a sí misma por medio de los ídolos paganos que se había construido, narcisistamente, a manera de espejo). Dios desautorizó a quien renegó de su Hijo unigénito y consustancial, “Dios verdadero de Dios verdadero”. Por tanto, la santa Teología ha interpretado la Escritura y ha enseñado que le Judaísmo post-bíblico es reprobado o desaprobado por Dios, o sea, que mientras permanezca en el rechazo obstinado de Cristo, no está unido espiritualmente a Dios, no es apreciado por Él, no está en gracia de Dios, al no tener la fe, y “sin la fe es imposible agradar a Dios”[vii] (Heb., XI, 6); b) maldecir: significa condenar, no es una “maldición formal” lanzada por Dios (semejante a aquella contra la serpiente infernal en el Edén) como una imprecación para hacer daño, sino que es una “maldición objetiva”, o sea, una situación que es constatada como desordenada y, por tanto, condenada por Dios, de la cual dice mal o “mal-dice”. En efecto, Dios no puede aprobar, decir bien o “ben-decir” el rechazo a Cristo. Dios Padre, habiendo constatado la esterilidad del Judaísmo farisaico y rabínico, que mató a los Profetas, a su Hijo y finalmente a los Apóstoles, lo condena, lo desaprueba y “dice-mal” o “mal-dice”: “Si quis non amat Dominum Nostrum Jesum Christum anathema sit” (I Cor., XVI, 22). Malditos etimológicamente significa: “condenados, anatematizados, separados de Dios, alejados de Dios, des/consagrados o ex/comulgados” (Nicola Zingarelli). Como el Judaísmo talmúdico y sus acólitos rechazaron al Señor Jesús, Dios abandonó al Judaísmo y a los Judíos incrédulos. En este sentido, se puede decir que el Judaísmo es “maldito”, o sea, digno de ser separado de Dios.
En la Sagrada Escritura, esta maldición de Israel por parte de Dios, como consecuencia de su desobediencia al Antiguo Pacto hecho con Él, es revelada formalmente: “Yo [el Señor, ndr] os ofrezco bendiciones y maldiciones. Bendiciones si obedecéis a los mandamientos divinos…, maldiciones si desobedecéis” (Deut., XI, 28).
Los “Padres apostólicos” y la Doctrina de la “sustitución”
En la Teología del “periodo sub-apostólico, el rasgo particularmente característico es la polémica con el Judaísmo contemporáneo. Frente a la pretensión del Judaísmo postbíblico de ser todavía el pueblo elegido y el único poseedor de las promesas de Dios, por parte cristiana se contrapone la doctrina según la cual, después de la infidelidad del pueblo judío al Antiguo Pacto con Dios, los Cristianos son el Verus Israel, que ha acogido la herencia del pueblo rechazado por Dios y lo ha suplantado. Esto es expresado de la manera más categórica por san Ignacio de Antioquía y en la Carta de Bernabé” (H. Jedin, Storia della Chiesa, Milano, Jaca Book, 1975, vol. I, pp. 183-184)[viii].
Los Padres apostólicos son (cronológicamente) los primeros Padres de la Iglesia, que tuvieron relaciones con los Apóstoles, cuyos escritos son los testimonios más antiguos de la Tradición divino/apostólica. Son el primer anillo de la cadena de transmisión del Mensaje de Cristo tras la desaparición de los Apóstoles, son por ello los primeros órganos de la Tradición apostólica. Su objetivo principal fue transmitir fielmente la enseñanza recibida por los Apóstoles directamente de parte de Cristo y entregado por los Apóstoles directamente a los Padres apostólicos (siglos I-II), seguidos de los Padres apologistas (siglos II-III) y de los Padres eclesiásticos (siglos III-VIII).
Monseñor Luigi Carli (Obispo de Segni y más tarde Arzobispo de Gaeta) escribió como confirmación de la doctrina tradicional contradicha por NA: “Es necesario distinguir el Judaísmo del Antiguo Testamento del Judaísmo post-cristiano. El primero (Antiguo Testamento) es una preparación del Cristianismo; en cambio, el segundo (Judaísmo post-cristiano), negó la mesianidad de Jesús y continúa rechazando al Mesías Jesucristo. En este sentido, hay una oposición de contradicción entre Cristianismo y Judaísmo actual. La Antigua Alianza está basada también en la cooperación de los hombres. Moisés recibe la declaración de Dios, que contiene las condiciones del Pacto bilateral. En efecto, la Alianza no es incondicionada (Deut., XI, 1-28), sino que está sometida a la obediencia del pueblo de Israel: “Yo os ofrezco bendiciones y maldiciones. Bendiciones si obedecéis a los mandamientos divinos…, maldiciones si desobedecéis” (Deut., XI, 28). La Antigua Alianza depende también del comportamiento de Israel y Dios amenaza varias veces con romperla a causa de las infidelidades del pueblo judío, que Él, en algunas circunstancias, querría incluso destruir completamente (Deut., XXVIII; Lev. XXVI, 14 ss.; Jer., XXVI, 4-6; Os., VII, 8 y IX, 6).
Tras la muerte de Cristo, el perdón de Dios no es concedido a todo Israel, sino solo a “un pequeño resto / reliquia” fiel a Cristo y a Moisés, que prenunciaba a Jesús. Después de la infidelidad del pueblo de Israel, en su conjunto, hacia Cristo y el Antiguo Testamento que Lo anunciaba, el perdón de Dios se restringió solo a “un pequeño resto / reliquia”.
Por parte de Dios, de modo distinto que por parte del hombre, no hay ruptura de Su plan de Alianza, de Su llamada o vocación, sino solo desarrollo y perfeccionamiento del Pacto Antiguo, en la Alianza Nueva y definitiva, que dará al “pequeño resto” de los Judíos fieles al Mesías un “corazón nuevo” (Ez., XVIII, 31; XXXVI, 26) y se abrirá a toda la humanidad […]. Jesús no ha instaurado una nueva religión, ha enseñado que Dios quería la salvación de toda la humanidad y que la venida de Cristo era la condición de dicha salvación […]. La comunidad cristiana ha permanecido fiel a la Tradición veterotestamentaria, reconociendo en Jesús al Cristo-Mesías anunciado por los Profetas del Antiguo Testamento y desconocida por el Judaísmo talmúdico. Para los Cristianos, es el Judaísmo post-bíblico el que es infiel al Antiguo Testamento, pero hay un “pequeño resto” fiel, que entrando en la Iglesia de Cristo garantiza la continuidad de la Alianza (Antigua-Nueva), en vista de Cristo venturo y venido. Él es la “piedra angular” (Mt., XXI, 42) que “ha hecho de dos [pueblos: Judíos y Gentiles] una sola cosa” [Cristianos]”[ix].
Por poner un ejemplo, Dios llamó a Judas a ser Apóstol, a Lucifer a ser Ángel, pero ellos no correspondieron al don y a la llamada de Dios, que no se arrepintió de ello, pero tomó buena nota y abandonó a aquellos que primero lo habían abandonado. “Deus non deserit nisi prius deseratur / Dios abandona solo si primero es abandonado” (San Agustín, retomado por el Concilio de Trento). Sin embargo, “si Deus deseratur, tunc deserit / si Dios es abandonado, entonces Él abandona a quien ya lo ha dejado”. Así sucedió con Lucifer, Adán, Caín, Judas e Israel.
Capítulo 4º – La Declaración Nostra aetate sobre “Las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas”
Hemos visto que entre Tradición divino/apostólica católica (los Padres apostólicos/apologistas/eclesiásticos y el Magisterio pontificio de San Pedro hasta Pío XII[x]) y NA (28 de octubre de 1965) hay disformidad. Pues bien, la Tradición católica es una de las dos Fuentes de la Revelación junto a la Sagrada Escritura, consiste en la enseñanza unánimemente común de los Padres, que es infalible; mientras que NA tiene un valor únicamente prudencial o “pastoral” – por explícita voluntad de Juan XXIII y Pablo VI, que iniciaron y concluyeron el Concilio Vaticano II como “Concilio pastoral”[xi] – ya que él consiste no en la definición de alguna verdad dogmática o moral, sino en la aplicación de la doctrina al caso práctico. Por tanto, no es infalible ni irreformable y, al estar en ruptura o en disformidad con la unánime y constante Tradición apostólica (al menos desde el siglo I al V, como ha documentado la judía convertida y experta en Patrología, Denise Judant[xii]), debe ser corregido y reformado.
Los dos principales dogmas del Cristianismo (la Santísima Trinidad y la divinidad de Jesucristo) para el Judaísmo actual o post-bíblico (que no es el Antiguo Testamento, sino el Talmudismo rabínico/cabalista) son una “blasfemia” (Mt., XXVI, 65; Mc., XIV, 63; Lc., XXII, 71; Jn., X 36), como dijo Caifás, por la cual Cristo fue crucificado, “ya que siendo hombre, se hacía Dios” (Jn., X, 33) y san Esteban fue condenado a la lapidación (Hechos de los Apóstoles, VII, 1-59).
La ambigüedad de NA consiste en hacer pasar a todos aquellos que descienden genéticamente de Abrahán como poseedores de vínculos espirituales o de fe con la Iglesia de Cristo, mientras que la sangre o la raza no tiene nada que ver con el espíritu y la fe y no pueda servir de puente lógico, vínculo o “Término Medio” entre Judaísmo y Cristianismo en el razonamiento teológico sobre el Judeo/Cristianismo.
En el n. 4-e, NA enseña: “Según san Pablo, los Judíos, gracias a los padres, siguen siendo todavía apreciadísimos por Dios, cuyos dones y cuya vocación son irrevocables”. En cambio, san Pablo dice solo que la vocación (llamada o don) por parte de Dios no cambia: “Ego sum Dominus et non mutor” (Mal., III, 6). Mientras que la respuesta a la llamada de Dios puede cambiar por parte del hombre, como sucedió con Lucifer, inicialmente con Adán/Eva, que después volvieron a Dios, con Caín, con Esaú, con Judas Iscariote y con la mayor parte del pueblo de Israel, que durante la vida de Jesús correspondió mal a la llamada y al don de Dios, matando primero a los Profetas del Antiguo Testamento, después al mismo Cristo y finalmente a Sus Apóstoles del Nuevo Testamento (san Esteban alrededor del año 30, Santiago el Mayor en el 42 y Santiago el Menor en el 62); por lo cual son apreciados por Dios, o sea, están en gracia de Dios, solo “el pequeño resto” de aquellos que han aceptado al Mesías-Cristo venido (Nuevo Testamento), como lo aceptaron venturo sus padres en el Antiguo Testamento. En efecto, después del martirio de Santiago el Menor (año 62), los Apóstoles dejaron Palestina y se marcharon a evangelizar a los Paganos siguiendo una inspiración divina.
Siempre según la doctrina conciliar (cfr. NA: “los dones de Dios son irrevocables”) y postconciliar (cfr. Juan Pablo II, Maguncia, 17 de noviembre de 1980: “La Antigua Alianza jamás revocada”), el Judaísmo actual sería todavía titular de la Alianza con Dios. En cambio, la Tradición católica (Sagrada Escritura interpretada unánimemente por los Padres apostólicos/eclesiásticos y por le Magisterio constante y tradicional de la Iglesia) enseña que hay una primera y hay una segunda Alianza: irrevocable es lo que de la primera pasa a la segunda, que la ha sustituido cuando “anticuada y sujeta a envejecimiento ulterior, está ya por desaparecer” (Heb., VIII, 8-13). Lo que sucede en cambio es que la gracia prometida a los titulares de la primera Alianza no muere con ella, sino que es otorgada a los titulares de la segunda: en efecto, esto se verificó cuando casi todos los titulares de la primera, rechazando a Cristo, no reconocieron el tiempo en el que Dios les había visitado (Lc., XIX, 44). “A aquellos, sin embargo, que lo acogieron”, el Visitador “les dio el don de la filiación divina” (Jn., I, 12), hizo con ellos (la “pequeña reliquia” del pueblo judío que aceptó a Cristo) la segunda Alianza y la abrió a todos los que (Paganos) vendrían “de oriente y de occidente, del norte y del sur” (Lc., XIII, 29), transfiriendo a la segunda todos los dones en posesión ya de la primera. Por tanto, muchos miembros de pueblo elegido rechazaron a Cristo, pero “un pequeño resto” (Apóstoles y Discípulos) Lo acogió (Rom., XI, 1-10). Además, antes del fin del mundo, san Pablo prevé y revela, divinamente inspirado, la conversión final y en masa de la multitud de los Judíos (Rom., XI, 26: “Et sic omnis Israel salvus fieret”). Esta palabra “conversión”, “salvación”, no agrada a los Judíos actuales, desagrada por desgracia también a los prelados conciliares y post-conciliares, “sed Verbum Domini manet in aeternum”.
La Declaración NA no aporta ni una sola cita de ni un solo Padre de la Iglesia, de ni un solo pronunciamiento del Magisterio eclesiástico, ¿cómo es posible? ¡Sencillo, porque no existen! ¿Como es posible decir que debe ser aceptada ya que está en continuidad con la Tradición (cfr. Benedicto XVI y “la hermenéutica de la continuidad” entre Tradición y Vaticano II) y no en ruptura con ella?
Atención: el Evangelio nos amonesta, como amonestó a los Fariseos hace dos mil años: “El Reino de Dios os será arrebatado y será dado a otros”. La Alianza con Dios es nueva y eterna y por ello definitiva, pero solo en lo que se refiere a la Iglesia de Cristo; en lo que se refiere a los demás (también al Judaísmo postbíblico y la Antigua Alianza) presupone una correspondencia al plan divino. De aquí nace le problema de la verdadera Doctrina vivificada por la Caridad sobrenatural, que es necesario profesar con fe sobrenatural, vivir íntegramente y sin aguar, para ser “verdaderamente hijos de Dios”. En efecto, revela san Pablo: “Sin fe es imposible agradar a Dios” (Heb., XI, 6).
Capítulo 5º – Judaizantes y Judeo/Cristianismo
Los Judaizantes, teológicamente hablando, son “los Gentiles convertidos al Cristianismo que imitaban las costumbres judías […] y consideraban obligatoria para salvarse la observancia, total o parcial, de la Ley ceremonial mosaica, pero – prácticamente – fueron casi todos Cristianos de sangre judía”[xiii]. Mientras que el término Judeo/Cristianismo se aplica en sentido estricto a los “Cristianos nacidos Judíos, que consideraban que la Ley ceremonial del Antiguo Testamento no había sido abrogada y han entrado así en conflicto no solo con san Pablo, sino con el mismo Cristianismo”[xiv].
Este tema nos pone frente al “misterio de iniquidad operante ya en este mundo” (II Tes., II, 7) de las infiltraciones de los Judaizantes en el interior del ambiente eclesial a partir de Juan XXIII hasta el papa Bergoglio.
Por ejemplo, el diario de la “Conferencia Episcopal Italiana” Avvenire (26.I.2011, p. 26) publica un artículo de Enzo Bianchi, “Intorno al Concilio la convergenza tra le Fedi / En torno al Concilio la convergencia de las Fes”, en el que explica que “Juan Pablo II […], el 17 de noviembre de 1980, en Maguncia, pronuncia una fórmula inédita, más aún, contradictoria a diecinueve siglos de exégesis y Teología cristiana, en la que los Judíos son definidos “el pueblo de Dios de la Antigua Alianza que jamás fue revocada”. […] Se puede advertir la novedad y la audacia respecto a todo el Magisterio eclesiástico precedente. […]. La Teología de la sustitución es así abandonada para siempre”.
Las pretensiones de los Judaizantes se fundan – material y erróneamente – en el hecho de que el Mesías, nacido de la raza judía, habría establecido sobre la tierra un Reino temporal, que sería el de Israel. El Judeo/Cristianismo querría así “calcar el Cristianismo sobre el Judaísmo, pidiendo a los pueblos que se afilien – por medio de la circuncisión
[y la observancia de la Ley ceremonial, ndr]
– a la nación judía”[xv].
El Judeo/Cristianismo (condenado por el Concilio de Jerusalén en el 49 y hecho propio por el Concilio Vaticano II en 1965) es la anulación radical y total del valor salvífico del Sacrificio de Jesús en la cruz y de la gracia cristiana que deriva de él; en resumen, es la apostasía (o sea, pasar de una religión a otra sustancialmente distinta) y la destrucción del Cristianismo apostólico, que hoy es remplazado por la holocaustica religio, que “sustituye” el Holocausto de Jesús con la shoah judía[xvi]. En este caso se puede decir, sin miedo a equivocarse, que “el Antiguo Holocausto de Cristo no ha sido jamás abrogado” por el nuevo “holocausto” del pueblo judío (1942/45) y que la “Nueva Alianza es todavía válida e irrevocable”, por lo que la doctrina judaizante de NA de la “sustitución” de la Iglesia por parte de la “Sinagoga de Satanás” (Apoc., II, 9; III, 9) no se mantiene en pie, es la antigua famosa “mentira de Ulises” que retorna en el curso de la historia.
El estudio atento de los dos libros del papa Francisco y de Benedicto XVI lleva inevitablemente a estas conclusiones, terribles, pero ciertas. Hemos entrado plenamente en la “gran Apostasía universal” (II Tes., II, 3), que precede al Reino del Anticristo final (I Jn., II, 19; IV, 3).
Ciertamente el Papa no debe y no puede cambiar el Depósito revelado, sino que lo debe conservar íntegro y transmitirlo fielmente. Pues bien, se constata que, desde Juan XXIII hasta Ratzinger/Bergoglio, tanto el dogma como la moral han sido adulterados por los neomodernistas judaizantes. El católico fiel no puede seguirlos, como los Apóstoles no obedecían al Sumo Sacerdote del Templo, en ese momento ya rabínico/talmúdico y no mosaico, tras el Deicidio, sino que se mantenían fiel al Antiguo y al Nuevo Testamento en la Persona divina de Cristo.
Ahora bien, si 1º) no se debe obedecer a órdenes ilegítimas, que llevarían al pecado contra la Fe y las Costumbres; 2º) no se puede tampoco hacer deponer por parte del Episcopado (reunido en Concilio imperfecto o disperso por el mundo) al Papa legítimamente elegido y nombrar a otro en su lugar. Significaría considerar a los Obispos superiores al Papa y negar implícitamente el Primado de Jurisdicción del Pontífice romano, definido de “fe revelada y católica” por el Concilio Vaticano I (DB, 1823, 1831). Por tanto, sería herético. Pues bien, un error (Modernismo bergogliano) no se corrige con otro error (Conciliarismo galicano y Veterocatolicismo). Es necesario, por tanto, mantener la fe de siempre y pedir a Dios que abra o “cierre” los ojos al Pontífice, que profiere herejías y no quiere escuchar las amonestaciones que se le hacen, acertadamente, por parte de algunos Cardenales y Obispos.
Que estas líneas y las páginas del libro que seguirá, puedan ayudar a los católicos fieles a ver la gravedad de los errores, sobre todo aquellos escondidos y ocultos de Ratzinger, al ser los de Bergoglio evidentes por sí mismos, y a permanecer alejados de ellos para mantener el Evangelio predicado por Cristo y por los Apóstoles y no el “contra/evangelio del ghetto” y de la “contra/iglesia” o “Sinagoga de Satanás”, predicado por los “sumos pontífices” judaizantes del Concilio/Sanedrín Vaticano II y del postconcilio o neomodernismo postcristiano o “meta-cristiano”, como lo llamaba Teilhard de Chardin.
C. N.
[i] http://www.edizioniradiospada.com ; edizioniradiospada@gmail.com
El libro – Curzio Nitoglia, Non abbiamo Fratelli Maggiori. Perché l’Antica Alleanza è stata revocata e gli Ebrei hanno bisogno di Gesù per salvarsi (No tenemos Hermanos Mayores. Por qué la Antigua Alianza fue revocada y los Judíos necesitan a Jesús para salvarse, ndt), Cermenate – Como, Radio Spada, 2019 – tiene 148 páginas y cuesta 15 euros.
[ii] Cfr. F. Spadafora, Cristianesimo e Giudaismo, Caltanissetta, Crinon, 1987.
[iii] Cfr. F. Spadafora, Fuori della Chiesa non c’è salvezza, Caltanissetta, Crinon, 1988.
[iv] San Agustín, en cuanto a los Judíos que vivían en tiempos de Cristo, observa: “O Judíos, ¿cuándo matasteis a Cristo? Cuando, aguzando vuestra lengua como una espada bien afilada, gritasteis: ‘Crucifícalo, crucifícalo’” (Comm. in Matt., XXVII, 22). Por lo que se refiere a los Judíos que han vivido y viven después de la muerte de Jesús, si ellos – considerándolo un impostor que siendo hombre se hizo Dios – lo consideran digno de muerte como los Sumos Sacerdotes (Mt., XXVI, 66; Mc., XIV, 64), según su antigua ley (Lev., XXIV, 10-16), participan ellos también en la condena a muerte de Cristo a parte post.
[v] Desde san Ignacio de Antioquía († 107) hasta san Agustín († 430) y a san Cirilo de Alejandría († 444). Como se ve, se trata de más de 300 años de enseñanza patrística de origen sub-apostólico.
[vi] Por ejemplo, si el Emperador romano pierde la guerra contra los Bárbaros, junto a él y bajo él, todo el pueblo romano ha perdido la guerra barbárico/romana.
[vii] En san Pablo está divinamente Revelado: “Los cuales [Judíos] dieron muerte al Señor Jesús [“Dominum occiderunt Jesum”] y a los Profetas y nos han perseguido también a nosotros; ellos no agradan a Dios [“Deo non placent”] y son enemigos de todos los hombres, impidiéndonos predicar a los Paganos para que puedan salvarse. ¡De tal manera, ellos colman la medida de sus pecados! Pero ahora la ira de Dios ha llegado al colmo sobre su cabeza” (I Tes., II, 15-16).
[viii] Adviértase que el profesor Jedin era alemán de origen judío y perdió a sus padres en un Lager del III Reich, pero cuando supo que Hitler había muerto celebró, privadamente, una Misa por él.
[ix] Cfr, Monseñor Luigi Maria Carli, La questione giudaica davanti al Concilio Vaticano II, en “Palestra del Clero”, n. 4, 15 de febrero de 1965, pp. 192-203.
[x] Solo por poner un ejemplo, piénsese en la Encíclica Mit brenmender Sorge, promulgada el 14 de marzo de 1937 por Pío XI, en cuya redacción colaboró el entonces card. Eugenio Pacelli, futuro Pío XII en 1939, en la que se condena el racismo materialista y puramente biológico y se afirma también que “El Verbo habría tomado carne en medio de un Pueblo que después Lo habría clavado en la Cruz”. Por tanto, la doctrina de la responsabilidad colectiva, en el espacio y en el tiempo, del Judaísmo talmúdico en la muerte de Cristo ha sido enseñada formalmente por el Magisterio pontificio hasta 1937.
[xi] El entonces Cardenal Joseph Ratzinger, en el Discurso a la Conferencia Episcopal Chilena, Santiago de Chile, 13 de julio de 1988 (publicado en “Il Sabbato”, n. 31, 30 de julio-5 de agosto de 1988), afirmó: “El Concilio Vaticano II se impuso no definir ningún dogma, antes bien decidió lbremente permanecer a un nivel modesto, como simple Concilio puramente pastoral”.
[xii] Denise Judant, Judaïsme et Christianisme, éd. du Cèdre, Paris, 1969; Id., Jalons pour une théologie chrétienne d’Israel, éd. du Cèdre, Paris, 1975.
[xiii] F. Vernet, en “Dictionnaire Apologétique de la Foi Catholique”, Paris, Beauchesne, 1911, vol. II, col. 1654, voz “Juifs et Chrétiens”.
[xiv] Ivi.
[xv] Ibidem, col. 1655.
[xvi] Es innegable que en el origen de la Revolución teológica del Vaticano II está la “religión holocáustica” o el “mito de la shoah”, que habría sido preparada y favorecida por la Teología preconciliar (sobre la intrínseca maldad del Judaísmo postbíblico, infiel a Cristo y al Antiguo Testamento, que Lo anunciaba), que habría armado la mano al III Reich. Por tanto, el problema de la shoah es un problema no solo histórico/político (en base al cual nació el Estado de Israel en 1948), económico (gracias al cual Israel ha obtenido miles de millones de dólares de resarcimiento de medio mundo), sino sobre todo teológico (gracias al cual Israel ha obtenido la plena rehabilitación religiosa por parte de algunos hombres de Iglesia todavía más falsos y traidores que Judas Iscariote). No se puede comprender la Teología modernista y judaizante del Vaticano II si no se ha comprendido el mito de la shoah, que es el principio y fundamento del Concilio Vaticano II.
(Traducido por Marianus el eremita)
Artículo extraído desde adelantelafe.com. Tenga mucho cuidado con adelantelafe.com, web de la FSSPX. Ha tenido un par de años donde ha podido rescatar algún buen artículo que otro, pero en estos momentos es muy desaconsejable. Es un nido de masones haciéndose pasar por cristianos.
Un saludo. Cuídense mucho.
Post Data
1º La Fe Judía era la de Santa María, San José, San Juan, Santa Ana, San Joaquín, Santa Isabel, Santo Rey David, San Daniel, San Elías, San Zacarías, San Isaías, San…
2º Anás, Caifás y un milenario etcétera, no seguían la Fe Judía, sino la del Cabalismo contagiado en Egipto, propiamente Satanismo. Así los definió N.S. Jesucristo: “Vosotros sois hijos del diablo,” (Juan 8, 44), y el Apóstol San Juan también los evidenció: “Conozco (…) la blasfemia de los que dicen ser judíos y no lo son, antes son la sinagoga de Satanás.” (Apocalipsis 2, 9).
3º La Fe Judía llegó a su fin cuando alcanzó su objetivo: el advenimiento del Mesías. Así surgió la Fe Cristiana.
4º Quienes hoy en día se dicen judíos, en realidad son cabalistas/satanistas. NO SON JUDÍOS. Por eso lo correcto sería llamarlos hebreos cabalistas.
Unidad en la Verdad.
«¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo su mano sobre los discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque quienquiera que hiciere la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.»
(San Mateo 11, 47-50)
Nuestros hermanos mayores son los Ángeles del Cielo.
Un saludo. Cuídense mucho.